MEDIO KILO DE LENTEJAS (Basandome en: http://www.loscuentos.net/cuentos/link/503/503910/)
Cuentan que un señor anciano en un supermercado miraba
reflexivo como registraban el producto que llevaba, cuando un pequeño
alboroto ocasionado por una joven pareja, llamó su
atención.
La discusión era sobre el sabor de unos chicles.La polémica salió del campo rutinario de una simple elección y torno a ser casi una cuestión de honor de género.
Los clientes alrededor, aunque tomando la discusión casi a la broma,
miraban asombrados la defensa que hacía cada uno de su posición con
argumentos dignos de mejores causas.
-¡Señorita! –Acudió, finalmente, la chica a la joven cajera- ¿no es cierto, que debe dejarme escoger?
-¡No, no! –replicaba él, agregando- ¿Por qué? ¿Sólo porque es mujer?
-Es que tengo la razón –argumentaba la niña
La cajera, sonreía, pero se le notaba cierta preocupación de que en
algún momento los hechos fueran a mayores, causándole, probablemente,
algún inconveniente con sus superiores.
Mirando al anciano, pensó que podría opinar al respecto.
-Señor –dijo sonriente- ¿Quién cree que tiene la razón?
La miro sorprendido por su audacia y capacidad para deshacerse de la
situación. Miro también a la pareja que por un momento dejaron la
discusión y esperaron atentos sus palabras.
-Bueno… –dijo el anciano, carraspeando –La razón nunca es absoluta de nadie, la
cosa es saber llegar a un acuerdo. Para que las cosas funcionen, cada
uno tiene que ceder y no necesariamente en igual proporción. A veces uno
cede más, a veces uno cede menos. Es la única forma de avanzar en la
misma dirección, como se supone debe avanzar una pareja.
Todos miraban, más interesados en
avanzar rápido en sus líneas hacia la caja que en algunos argumentos y
consejos que seguramente no estarían dispuestos a seguir.
La joven pareja, algo dispuesta a seguir escuchando, prestaba atención
al tiempo que surgió la pregunta de una señora de
mediana edad.
-¿Pero quien tiene la razón, según usted?
-¿La razón? realmente en cuestiones de pareja, no importa mucho quien tenga la razón –respondio el anciano.
Y dirigiéndose a la pareja, especialmente al varón, continuo:
-Eres muy joven para meterte en problemas. No te hagas los días
difíciles, aprovecha de los buenos momentos para disfrutarlos y de los
malos para aprende para el futuro.
Miro el anciano hacia la gente y dijo:
-Aprende a aprender de la experiencia ajena; se que es difícil de hacer,
yo mismo hasta ahora no termino de aprender, pero mira, te cuento por
ejemplo, sin ir muy lejos, hoy después de desayunar le insinué a mi
señora de preparar un Lomo Saltado para el almuerzo. Mi señora mi miró
como si hubiera propuesto algo tan absurdo como ir a un baile de gala
vestidos en pijamas y me dijo que ella quería comer lentejas. En sus
palabras noté ese tono que a lo largo de muestra vida en común he
aprendido a interpretar como una cariñada de alerta. Pero a pesar de
ello porfié en proponer el Lomo Saltado para el almuerzo; además porque,
creyendo que mi argumento de que en la semana ya habíamos comido
menestras era tan sólido como el mejor barco, podía insistir en que nada
de lentejas… sin pensar, sin recordar, que, por in-hundible que sea, no
existe en el mundo barco libre de naufragar en un mar… de lágrimas.
Ella, empezó a llorar, sin hacerlo publico: con ese llorar apagado,
oculto y lleno de orgullo que ocultando, sin ocultar, sus ojos en rojos
me anunciaban que yo ya estaba perdido.
Aún así hice un rápido chequeo de mis posibilidades de salvamento y a
modo de una boya salvavidas, torcí mi decisión, pero era tarde: ella ya
no quería lentejas por más que yo le decía que olvidáramos el Lomo
Saltado. Dulcemente me dijo que yo tenía razón y que el sólo hecho de
ser lunes no justificaba comer nuevamente menestras.
Al final el anciano llego a la única sabia conclusión: ¡mira! ¿Qué estoy comprando? ¡¡¡1/2 kilo de lentejas para el almuerzo!!!
(Piensa que hacemos en la vida; cómo ayudamos a los demás y cómo aprendemos de los demás.)
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